Te tuve entre las manos, hambriento de mi boca, irrigado hasta estallar.
Te di vuelta dos veces la piel a besos y entre los ojos me firmaste la sentencia crepuscular
Tus hijos del aire.
Corre tu esencia por el lomo manso de mi nariz hasta hacerse otra vez gota y caer como una lagrima blanca sobre mi cama.
Cuando deje de amar tu rigidez lo sabras.
No tendras lienzo para eyacular.
Y del otro lado del telefono no habra nadie
ni yo
para responderte.